La diversidad fúngica de un ecosistema es fundamental para la coexistencia de las distintas especies.
El mundo fungi es tan diverso como extenso, adentrándose en los rincones más oscuros de nuestro cosmos. Tan solo comprender la pequeña fracción de lo que hemos descubierto dentro de la ciencia implicaría pasar toda una vida estudiando y conociendo estos pequeños seres vivos (inclusive así, solo estaríamos rasgando la superficie del conocimiento). Para comprender nuestra íntima relación con estos seres, tendríamos que aventurarnos a la era del Ordovícico tardío, donde a partir de una relación simbiótica entre la primera planta (hepática) y los hongos inició la posibilidad de continuar la vida fuera del agua. Estos individuos fueron los primeros organismos complejos que extrajeron minerales de las rocas, formando suelos y permitiendo que las plantas pudieran migrar y diversificarse en la tierra.
Al igual que los animales, los hongos son heterótrofos, lo que significa que reciben sus nutrientes a través de la absorción y dependen inherentemente de otros organismos para obtener estos nutrientes. Teniendo en cuenta la secuencia genética entre flora, fauna y hongos, estamos más estrechamente relacionados con los hongos que con las plantas. ¡Gracias a la levadura (hongos unicelulares) podemos hacer pan, queso, cerveza, vino, chocolate y muchas otras delicias que se encuentran en la cocina! Los hongos unicelulares son únicamente levaduras, mientras que todos los demás hongos filamentosos son organismos multicelulares. Los hongos filamentosos tienen hifas, que son células fúngicas que se ramifican y crean una red de hilos blancos que se convierten en micelios. Este micelio es la fuente de conexión de todos los hongos pluricelulares, que los micólogos consideran la “internet” subterránea de los bosques que intercambia nutrientes, agua e información.
Los hongos, al igual que los animales, son heterótrofos, es decir, se alimentan a través de la absorción y dependen de otros organismos para obtener sus nutrientes. Tomando en consideración las secuencias genéticas entre flora, fauna y funga, nos encontramos mucho más relacionados con los hongos que con las plantas.
Gracias a la levadura podemos hacer pan, cerveza, vino y muchas otras preparaciones que encontramos cotidianamente en nuestras mesas. Las levaduras son hongos unicelulares, mientras que todos los demás hongos filamentosos son organismos pluricelulares. Los hongos filamentosos tienen hifas: células que se ramifican y crean una red de hilos blancos que se convierten en micelios. Este micelio es considerado como la “internet” subterránea de los bosques, donde se intercambian nutrientes, agua e información.
La existencia de diversos micelios dentro un bosque es esencial para la supervivencia de las especies en sus ecosistemas nativos. El micelio se extiende sobre y entre las raíces de los árboles, absorbiendo nutrientes como azúcares y devolviendo minerales vitales. Esta relación simbiótica se conoce como red micorrícica. El bienestar de un bosque depende increíblemente de estas redes, especialmente en tiempos de peligro. Se han identificado muchas especies de hongos que apoyan y facilitan la adaptación de árboles ante condiciones ambientales adversas (toxinas, depredadores y microbios patógenos). Los árboles son unas de las especies más antiguas de la tierra, sin embargo sin el apoyo subterráneo de sus parientes fúngicos, estos no podrían almacenar carbono en sus troncos y crear oxígeno.
El reino fungi es aparentemente el más extenso de la tierra, pero solo se conoce entre el 5 y 10% de la diversidad de especies. Esto nos da una perspectiva de cuán pequeña es nuestra comprensión de su magnitud. Ahora más que nunca es necesario que la red mundial de micólogos ciudadanos continúe expandiendo y compartiendo lo que encuentran en el bosque. Documentar y compartir las especies que encontramos en nuestro patio, en un árbol del parque o en medio de un bosque milenario es imperativo para que podamos continuar descubriendo nuevas especies y comprender la intrincada relación de los hongos con nuestros ecosistemas.
Confiamos en ellos, como siempre lo hemos hecho y como siempre lo haremos, de maneras que van más allá de la comprensión.
Quizás ahora más que nunca debemos sintonizarnos con sus procesos y sabiduría, mientras contemplamos a estos fugaces (pero siempre presentes) buscadores de luz y oscuridad.