Los hongos son el lugar de descanso de la vida, el destino que entrega nutrientes a lo que viene después. Es la puerta entre los vivos y los muertos.
Existe un equilibrio sagrado que fluye entre la putrefacción y el renacimiento, están interconectados. Los hongos son los catalizadores de esta transformación, donde inicia la vida desde la muerte. La deforestación, la extracción continua de combustibles fósiles, el aumento de las emisiones de carbono y el calentamiento global han sido una de las tantas huellas que hemos dejado como seres humanos. Ante este contexto se hace imperativo que como especie comprendamos estos ciclos de transformación.
Los hongos son los parientes que tienen la clave para restablecer el equilibrio en la tierra. Los hongos secretan enzimas que pueden descomponer compuestos orgánicos complejos como carbohidratos y proteínas en componentes más simples. Estos descomponedores, junto con sus aliados bacterianos saprobios, absorben solamente una pequeña cantidad de estos nutrientes y energía para su uso propio. Por lo tanto, el resto de la energía y los materiales son absorbidos por el suelo, el aire y el agua circundantes. Su papel dentro del ecosistema es vital para el reciclaje de nutrientes en toda nuestra comunidad. Sin la actividad simbiótica de los hongos y las bacterias, todos los nutrientes inorgánicos esenciales de las plantas y animales muertos no estarían disponibles para el uso de nuevos organismos. La vida tal como la conocemos dejaría de existir.
La importancia oculta de la descomposición es tan extensa como la naturaleza expansiva del micelio bajo los suelos fértiles de los bosques maduros. Sin embargo, los bosques primarios lamentablemente se encuentran en decadencia. Sin una protección firme de estos antiguos ecosistemas en diferentes partes del mundo, muchas especies críticas de hongos se perderán dentro de las próximas décadas. Entender esto es un llamado directo a la acción. Debemos defender el proceso de la muerte. Ahora más que nunca, tenemos la responsabilidad de proteger el equilibrio sagrado de nuestras comunidades no humanas. Tal como declara Giuliana Furci, debemos dejar que las cosas se pudran.